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El aniversario de Elvis que nadie celebrará


Es ya lugar común referirse al 3 de febrero de 1959 como el día en el que murió la música, al menos desde que así lo bautizara en una famosa canción Don McLean hablando de la funesta jornada en la que un accidente de avión segó las vidas de Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper. Pero para la mayoría de americanos ese día no llegó realmente hasta el 16 de agosto de 1977, cuando comenzó a circular como la pólvora la noticia de que Elvis Presley había fallecido en su mansión de Graceland.
Fue una conmoción sin igual en todo el país. Resulta descorazonador aún hoy ver las imágenes de los fans que acudieron al impresionante cortejo fúnebre. Todos repetían una y otra vez a las cámaras entre lágrimas su único deseo: volver a ver a Elvis vivo. Fuera como fuese.
El mercado se dispuso a cumplir sus deseos. RCA puso a trabajar sus plantas de producción a toda máquina y no tardó en aparecer un nuevo disco que se cerraba con un mensaje en el que Vernon, el padre de Elvis, agradecía entre lágrimas las innumerables muestras de cariño recibidas. Pero también se coló en este terreno revuelto Shelby Singleton, un mercachifle del mundo discográfico que acababa de hacerse con el catálogo histórico de Sun Records, el legendario sello para el que Elvis había realizado sus primeras grabaciones. Fue él quien decidió llevarlo todo un paso más allá.
La pieza que le faltaba era un cantante desesperado. Lo encontró en Jimmy Ellis, un ganadero de Alabama que había malvendido el patrimonio familiar para marchar a Los Ángeles y probar fortuna en el mundo de la música. Lo hizo a lo grande: con mánager, con peluquero, con coreógrafo. Y con un hijo a su cargo. Para cuando se topa con Singleton está ya completamente arruinado y con un futuro bastante complicado por delante. El que acabara de cumplir treinta años, edad a la que muchos competidores estaban comenzando a pensar en el retiro, era un problema que se antojaba difícil de esquivar. Pero el absolutamente insuperable era otro: su voz era exactamente igual a la de Elvis. Mismo timbre, misma vocalización, mismos giros vocales. ¿Cómo labrarse una carrera con un punto de partida como éste? ¿Quién podría apostar por un clon cuando tenía al original al alcance de la mano?

Triquiñuela de estudio

Pero ahora el original había desaparecido. Y Singleton, hombre de pocos reparos, le ofreció lo que creía una jugada maestra: superponer su voz a la de Jerry Lee Lewis en los antiguos masters que se conservaban en Sun Records y hacerla pasar por la de Elvis. La triquiñuela del dueto inédito dio en la diana y Singleton no dudó en repetirla con Carl Perkins, con Johnny Cash y con cualquier cantante que hubiera dejado alguna toma inédita en Sun.
Las ventas fueron masivas y Singleton decidió dar un paso adelante. Para entonces, los rumores de que Elvis no había muerto sino que había decidido refugiarse bajo otra identidad en un circuito de pequeñas salas intentando recobrar el amor por la música no dejaban de crecer. Puede que Ellis no se pareciera en nada a Elvis, pero Singleton tenía la solución: bastaba con colocarle una máscara y hacer circular el rumor de que Elvis había culminado el proceso de desaparición con una cirugía plástica para hacer desaparecer cualquier suspicacia.

El 'renacer'

Un libro que bajo el título 'Orion' hablaba de un cantante que cansado de la fama optaba por el anonimato le dio la clave para bautizar el nuevo producto. A Ellis la idea le pareció disparatada, pero la lógica de Singleton era aplastante: con que fueran capaces de convencer a uno de cada mil seguidores de Elvis tenían un mercado asegurado, y en el caso de que Ellis se mantuviera en sus trece no dudaría en acabar con su carrera. Ellis, que ya había visto cómo se manejaba Singleton en el negocio y sabía que no era hombre de dejar caer amenazas en el vacío, se vio obligado a aceptar. Llegó un disco titulado 'Reborn' ('Renacer') repleto de canciones Elvis 'wannabe' y con una portada en la que sobre un cadáver en su ataúd se superponía la figura de un cantante enmascarado. Y por increíble que parezca la cosa funcionó: la carrera de Orion despegó y su vida se convirtió en lo que siempre había deseado, una sucesión de pabellones repletos y fans enloquecidas. No todo el mundo creía en la extraña reencarnación, pero poco les importaba si ello les permitía mantener la ilusión de que Elvis seguía vivo. Ellis, por fin, había alcanzado la gloria.
Pero una gloria, eso sí, un tanto desconcertante. Debe ser extraño ser aclamado cada noche por una masa que ni sabe ni quiere saber quién eres. Debe serlo aún más tener un contrato que te prohíbe rigurosamente salir a la calle sin máscara, sea para subir a un escenario, sea para ir a cenar a un restaurante, sea para bajar a comprar el periódico. Y debe serlo aún más todavía lanzarte a una rock'n'roll way of life en la que cada noche las fans aceptan acostarse contigo a condición de que no te quites la máscara que te tapa el rostro.
No era fácil mantener la cordura en una situación como ésta. A Ellis la doble vida comenzó a hacérsele insoportable. Un día de 1983 incluso decidió rebelarse y quitarse la máscara sobre el escenario. Pero el choque con la realidad fue duro. Sin ella nadie parecía estar interesado por su carrera, era difícil conseguir un concierto y los estudios de grabación le cerraron sus puertas. Desesperado, se vio obligado a volver a Orion. Su extraña carrera siguió adelante hasta que a finales de los noventa, agotado, decidió dejarlo todo. Invirtió sus ahorros en una tienda que abrió en Alabama con su ex mujer, Elaine, y su vida tomó por fin un rumbo más cuerdo. O así fue hasta que en 1998 un politoxicómano en plena crisis entró a robar y les descerrajó varios tiros. Ninguno de ellos sobrevivió.

La muerte de Orion podría ser el final dramático perfecto para una historia desconcertante, pero al mundo de espejos en el que se vio sumergido Ellis todavía le quedaba un último reflejo.
Pocos años después aparecía en Alemania Vince Vardel, un cantante que aseguraba ser hijo de Elvis y de una joven con la que había tenido un encuentro furtivo durante su servicio militar. A día de hoy sigue recorriendo los escenarios de su país con un repertorio formado exclusivamente por versiones del Rey, con una máscara… y con el nombre de Obrion. Obrion, sí, con una 'b' interpuesta en el apodo del que ha sido el Elvis impersonator definitivo. Muchos fans no tardaron en convencerse de que Obrion era en realidad Orion que, cansado de la fama, había decidido desaparecer bajo un seudónimo y regresar al circuito de clubs para recuperar su amor por la música. Y es difícil pensar en un cierre más perfecto para este círculo bizarro.
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